ANA ALAS

Master en Bioquímica Clínica



Integrante de talleres literarios desde 1975



Publicaciones en solitario
POESIA: "Siempre conmigo...la poesia" (2010)
"Simplemente poesia", 2013)
PROSA: "Vengo... de un largo lagarto verde", 2009) y en Antologías ("Si yo tuviera alas", 2009; "Por el sendero", 2010)
"Carlos Alas del Casino y la guajira de salón (memorias)" (2014)



2do. premio en el Concurso Internacional "Antonio Smeraglia" (2009)



3cer. premio en el Concurso Internacional de composición GERMI 2010











lunes, 16 de enero de 2012

COMO CUALQUIER OTRA MAÑANA...



Fuente: ATNA
Un pequeño homenaje para un ser humano especial...


La avenida estaba llena de gentes que corrían como hormigas locas de un lado a otro como cualquier otra mañana a esa hora. Las paradas de los autobuses, como siempre, abarrotadas  de personas; y la entrada de la academia militar era un mar de estudiantes y profesores vestidos con sus impecables uniformes.
Sin embargo, aquel día no sería igual a las demás; faltaba alguien tan genuino y singular, que no sería posible para persona alguna ignorar su ausencia.
Durante más de cincuenta años, aquel hombre, de sonrisa inconfundible, con sus historias increíbles, había alegrado la vida de aquella esquina al mismo tiempo que pulía todo el calzado de los miembros de la academia militar y de cuanto transeúnte pasara cerca de su viejo sillón de limpiabotas hecho de madera y pintado de verde.
Aquel hombre que había sobrevivo a la Segunda Guerra Mundial al nacer en Latinoamérica, enfrentado la discriminación por ser hijo de emigrantes judíos y minusválido; y desafiado a su cuerpo herido por una terrible enfermedad  había partido hacia el mundo de luz.
Fuente: ATNA
Desde aquella mañana ya no estaría más sentado en su esquina habitual, ya no lo esperarían sus clientes antes de entrar a la academia militar quienes no verían más  su peculiar andar al compás de sus bastones o el crujir de su sillón de ruedas.
Su cuerpo estaba inmóvil para siempre, la enfermedad había vencido finalmente a sus ganas de vivir, la muerte había sido más poderosa que las guerras humanas, que el desamor, la soledad o la ausencia…
Se había ido, se había ido a un lugar donde no podemos verlo u oírlo, donde no se necesitan sus servicios como limpiabotas o sus relatos al anochecer, al  lugar sin sombras ni amaneceres  y sin los alumnos de la academia militar contigua.
No obstante, su historia, su voz y su delgada figura quedarían siempre en aquella populosa esquina de la céntrica avenida y en las mentes de todos los asiduos transeúntes que aquella mañana, pese a locura cotidiana, habían tenido un instante para pensar en él.


Fuente: ATNA

ANA ALAS  Historias reales (En Prensa)